La Estación de la Esperanza
Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Más a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:9-14 (Nueva Versión Internacional)
Esta noche mi espose planea despertarnos en medio de la noche y conducir una hora hacia el norte de donde vivimos para perseguir las estrellas. Su sueño es ver este fenómeno atmosférico, considerado como el Santo Grial de la observación del cielo, o como a mí me gusta llamarlo, el majestuoso espectáculo de luces de Dios, también conocido como aurora boreal. Nunca me imaginé viviendo tan al norte del país y siendo capaz de presenciar estas impresionantes ondas de luz sin tener que viajar a Islandia. ¡Pero aquí estamos anticipando un sueño nocturno al comienzo del nuevo año litúrgico! Qué apropiado para el inicio de Adviento.
Como muchos de ustedes, una Cristiana Pentecostal fundamentalista, yo no crecí siguiendo el calendario litúrgico. Conocí la temporada de Adviento en el año 2008 gracias a Carol Gillispie, una mujer católica ciega y devota ya fallecida, a quien ayudé mientras vivía en New Haven, Connecticut, y mientras hacía las prácticas de mi programa de posgrado en Trabajo Social Clínico. Ella hizo todo lo posible para prepararse para la venida de Cristo: desde tener un calendario de Adviento lleno de chocolates, leer un devocional diario de Adviento, asistir a misa nocturna, encender velas de Adviento, poner un árbol de Navidad, colocar coronas navideñas y enviar tarjetas por correo a sus más de 250 amigos más cercanos. Al año siguiente comencé a observar el Adviento, aunque entonces era más pagano que cristiano, y me enamoré. Pasarían otros 10 años antes de que pudiera encontrar el camino mi hogar espiritual.
El Adviento es una de las estaciones del año en las que me siento más plena y conscientemente encarnada como cristiana y seguidora de Cristo. No sólo volvemos a contar la historia de la luz de Jesús viniendo al mundo, sino que la vivimos. Anticipamos la llegada de la verdadera luz al mundo cada noche al comienzo del Adviento. Esperamos y nos preguntamos. Nuestro Dios infinito elige nacer como un bebé de una madre soltera en un país pequeño entre un pueblo oprimido bajo ocupación. ¿Quién es este Dios que elige nacer en un establo como un niño campesino entre gente sencilla y humilde? ¿Cómo logrará este niño la salvación que anhelamos cuando decide entrar al mundo tan impotente?
La verdad es que tal vez nunca entendamos el misterio de Dios, pero quiero estar lista para recibir a Dios por quien es y no por quien me imagino que debería ser. Quiero estar preparada para el Dios que viene, alguien tan inesperado y tan pequeño. El mundo es un desastre, estamos agotados, la tierra duele, hay tantas guerras y muertes sin sentido, y Dios decide enviar un bebé.
Los hijos e hijas de Dios oran para que el cielo descienda. “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” En esta temporada, oramos y esperamos. Esperamos en la oscuridad. Estamos tranquilos y pacientes. Oramos y esperamos. Viviendo esta realidad pero imaginando una diferente. Reunidos en la oscuridad. No tenemos miedo. Esperamos y confiamos. Porque algo tierno se está formando. Algo hermoso y brillante, como las luces que esperamos ver en el cielo esta noche. Algo que salvará al mundo está esperando nacer.
¿Qué expectativas y actividades en nuestra vida podemos dejar de lado para estar preparados para la venida de Cristo, la verdadera luz del mundo?
Que podamos esperar pacientemente por el Cristo que está naciendo dentro de nosotros.
Sana DelCorazón es una mujer cuir. Es la hije de inmigrantes de Puerto Rico. Elle creció en una Iglesia Pentecostal de Filadelfia, en el Estado de Pensilvania. Sana está por concluir su último año de seminario en el Seminario Teológico de Twin City en Minnesota. Donde obtendrá el grado de maestría en estudios teológicos con énfasis sobre Justicia y Ética. Sana vive con su esposa (Gina), su hijo (Toño), su perro (Charlie) y su gato (Pickles) en Minneapolis.
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